lunes, 11 de marzo de 2019

Un poema 'In memoriam', 11 de marzo de 2004


Tiempo después de los atentados del 11 de Marzo de 2004 escribí estos versos. Transcurridos 15 años de aquellos trágicos sucesos los publico hoy aquí por vez primera en memoria de las víctimas del atentado terrorista más brutal que ha sufrido nuestro país.




Madrid, 11 de marzo de 2004

In memoriam


I - Los atentados o el aliento alanceado

Aún sin estrenar estaba la mañana,
cuando en hora punta
fue quebrada por el espanto
y la tragedia.
Entonces la monotonía complaciente
de ese día a día rutinario,
sucumbió aniquilada por la infamia,
por una crueldad severa
que transformó toda concordia
en angustia y desconsuelo.
De improviso, fue así como la cotidiana realidad
transmutó su piel en iniquidad irremisible.

II - Una ciudad en la consternación clavada

Llegó el siguiente día con un cielo
sembrado de nubes enlutadas,
cuyos tonos cenicientos daban cuenta
del trágico sentir que iba horadando
cada alma compasiva.

Surgió, sí, una mañana nueva,
colmada de un refrenado furor
que agrietaba la sangre casi inmóvil.

El futuro, aterradoramente,
sañudamente herido
por todos los adverbios crueles.

El desasosiego se hizo así
conmovedor silencio, sólo roto
por el tráfico grave de los coches,
las sirenas de policía
y las aclamaciones sin consuelo
de las incontables concentraciones ciudadanas
que remontar el dolor ansiaban.
Mientras, el dios de la lluvia lloraba
sobre un Madrid ataviado
con abatidos crespones.

III - Donde Atocha cobija la desdicha

Andaba ajetreado el calendario
ultimando las fechas invernales,
cuando la desdicha progresó
entre las vías de esa estación
que fue del Mediodía
para llegar a ser Atocha,
ahora mudada en estación del dolor
y la aflicción inacabable.

Atocha, puerta abierta
a esos caminos de hierro
repletos de un tráfago
cosmopolita y prolongado;
principio, culminación y diario transcurrir
de asalariados, andariegos y turistas.

Atocha, umbral de viajes andaluces,
de estíos en litorales levantinos,
siempre encuentro de raíles.
Hoy, con Santa Eugenia,
El Pozo y Téllez, es perdurable vía crucis,
calvario que conmemorar inadvertido
con cada acceso venidero
a sus vestíbulos y andenes.

IV- La manifestación propaga el más alto clamor callado

Fue por reunir un mutismo tan punzante,
tan estremecedoramente humano, que se aglutinó
aquella muchedumbre innumerable
haciendo acopio de aceras y calzadas,
de avenidas y plazas, donde las horas
y las almas se dejaron retenidas.

Fue por aunar tanta pesadumbre,
elegías unánimes, reservadas rogativas
y concurrencias fraternales.
Más de dos millones de dolientes,
como caudal que atravesara
una ciudad resistiendo a duras penas,
recubierta de un aroma a cera
desprendido por miles de velas espontáneas
que sus llamas consumían
desde la Almudena hasta Cibeles.  

Fue por convocar todo el pesar y la amargura,
por resucitar la serenidad donde prendían
la turbación y la impotencia.

Bajo una lluvia límpida
fue la quietud inmensa
de un pueblo desgarrado,
que resuelto e inconsolable
fue arrancando el horror de la mirada,
para resolver sin temor y certidumbre
cómo estrenar inéditos amaneceres.

V - El bosque del recuerdo

Un bosque germinado
en ese parque tan nuestro del Retiro,
da razón hoy de secuelas perennes
y admirables enterezas,  
apuntaladas con la amargura
y desolación vertidas
por quienes habitan el recuerdo
y atesoran para un tiempo por llegar 
la solidaridad y la memoria.

Donde esta arbórea espiral se eleva,
ciento noventa y tres olivos y cipreses
hacen cada día mención de sus ausentes,
aquellos, aquellas,
por quienes hoy doblan las palabras.


© Francisco J. Castañón