Alberto Ávila Morales
Ed. Vitruvio, 2015
La muerte de Dios
es el último libro del escritor (además de fotógrafo, compositor y
cantautor) Alberto Ávila Morales. Cincuenta y dos poemas bajo un título
inquietante que “el más canalla de los poetas”, como se
autodenomina el propio autor, ha elegido para plantear un discurso
existencialista que se entremezcla con elementos arrancados a la
descarnada realidad del “vivir cotidiano”.
Por ello, como apunta Ana María Reyes Cano en su acertada introducción a este poemario, “Veremos cómo el poeta…denuncia su injusticia y vanidad maldiciendo a sus secuaces, mientras espera al ángel exterminador y lucha por escapar del yo común, del adocenamiento,…”. Cierto. En este medio centenar de poemas Ávila Morales escribe con tinta de resistente encaramado a un mundo que “invita a ser indigno”, como afirma Eduardo Galeano en la cita que abre el libro. Resistente, disidente y libre pensante. En todo caso, hablamos de alguien que alza la voz “Porque el silencio nos tasa / con el precio de la cobardía” y “hay que gritar de vez en cuando,…”.
Para este poeta madrileño, la vida es el “teatro de lo incierto” e “incierto se cierne lo que viene / con urgente presagio de tragedia” y, como no podía ser de otra manera, maldice “lo pasado de comedia / y el futuro de silencio”. El silencio, caer en el silencio es para Ávila Morales el peor de los escenarios, una atroz condena que nos conduce a la anulación o la alienación. En definitiva, a la imposibilidad de trascender y, por ende, a la quiebra de la cultura.
En consecuencia, La muerte de Dios quiere dar sonoridad al silencio de la reflexión profunda, intima, que sale de lo más hondo del poeta. Pero al tiempo es un poemario beligerante contra el miedo que quieren inocularnos para cercenar nuestra capacidad de respuesta y, en ocasiones, termina por atenazarnos. De esta forma, el poeta nos conmina “a saber de estrellas”, a salir al paso de los dioses, a no perder la ilusión que nos hace libres, a fustigar conciencias “con besos por los rincones”.
Los poemas (todos sin título excepto dos) que contiene este libro, han sido decorados con las fotografías de Ángela Arranz Vicario. Imágenes que salen a nuestro encuentro en perfecto maridaje con el contenido de unos versos que oscilan, en palabras de su autor, “entre la certeza y la duda / entre la risa y la amargura / entre el miedo y la locura”.
Por otro lado, en estos poemas Ávila Morales pone un cierto acento quijotesco, ya que a lo largo de sus versos el poeta se enfrenta a los grandes temas e ideas que dan sentido a la existencia misma, sin importarle la magnitud de la empresa. Igualmente, ejerce una crítica certera utilizando la ironía, el humor o la sátira, a sabiendas de que su empeño tan sólo pueda ser una causa perdida.
Un tema, sin embargo, destaca en mi opinión sobre los otros. Me refiero a la idea de justicia; tanto en lo existencial, la vida es injusta y no hay vuelta de hoja, como en lo social, la justicia es un concepto que choca con un mundo construido en torno a un rotundo pragmatismo. Un dilema que trae a la memoria los versos del poeta zamorano León Felipe.
Otro concepto que aparece en el libro es la patria, para denunciar la hipocresía de los arribistas, de quienes enarbolan este vínculo y su bandera con el único objetivo de sacar partido: "¿De qué amor a la patria me hablas? / Si andas quemando sus bosques / secando sus ríos, parcelando sus mares, / envenenando su aire,..” Anotar aquí, que la redefinición de la idea de patria es algo que viene apareciendo últimamente en diferentes poetas actuales. Por algo será.
Para finalizar, comentar que en estos poemas encontramos sin duda un trabajo laborioso. Son poemas pensados verso a verso. Para hablarnos de cómo Dios ha muerto. “Él ha muerto (escribe Ávila Morales) / yo lo he matado con mi indiferencia / con la luz de mi ilustrada ciencia”. Asimismo, desde el primer verso deja claro también el poeta su descreimiento en el ser humano. Aunque según avanzamos por el poemario se observa un resquicio para creer aún en el prójimo y, sobre todo, en la vida, a pesar de que sea una “puta jaranera” o una “zorra descarada”, a pesar de la “sangre de las heridas cotidianas”, a pesar de que la existencia, en un sentido unamuniano, no es más que una “alocada carrera hacia la nada”. Porque este poemario es, a la postre, el inventario de las cavilaciones y una declaración de intenciones del poeta sobre el mundo que (le) nos rodea. © Francisco J. Castañón
Por ello, como apunta Ana María Reyes Cano en su acertada introducción a este poemario, “Veremos cómo el poeta…denuncia su injusticia y vanidad maldiciendo a sus secuaces, mientras espera al ángel exterminador y lucha por escapar del yo común, del adocenamiento,…”. Cierto. En este medio centenar de poemas Ávila Morales escribe con tinta de resistente encaramado a un mundo que “invita a ser indigno”, como afirma Eduardo Galeano en la cita que abre el libro. Resistente, disidente y libre pensante. En todo caso, hablamos de alguien que alza la voz “Porque el silencio nos tasa / con el precio de la cobardía” y “hay que gritar de vez en cuando,…”.
Para este poeta madrileño, la vida es el “teatro de lo incierto” e “incierto se cierne lo que viene / con urgente presagio de tragedia” y, como no podía ser de otra manera, maldice “lo pasado de comedia / y el futuro de silencio”. El silencio, caer en el silencio es para Ávila Morales el peor de los escenarios, una atroz condena que nos conduce a la anulación o la alienación. En definitiva, a la imposibilidad de trascender y, por ende, a la quiebra de la cultura.
En consecuencia, La muerte de Dios quiere dar sonoridad al silencio de la reflexión profunda, intima, que sale de lo más hondo del poeta. Pero al tiempo es un poemario beligerante contra el miedo que quieren inocularnos para cercenar nuestra capacidad de respuesta y, en ocasiones, termina por atenazarnos. De esta forma, el poeta nos conmina “a saber de estrellas”, a salir al paso de los dioses, a no perder la ilusión que nos hace libres, a fustigar conciencias “con besos por los rincones”.
Los poemas (todos sin título excepto dos) que contiene este libro, han sido decorados con las fotografías de Ángela Arranz Vicario. Imágenes que salen a nuestro encuentro en perfecto maridaje con el contenido de unos versos que oscilan, en palabras de su autor, “entre la certeza y la duda / entre la risa y la amargura / entre el miedo y la locura”.
Por otro lado, en estos poemas Ávila Morales pone un cierto acento quijotesco, ya que a lo largo de sus versos el poeta se enfrenta a los grandes temas e ideas que dan sentido a la existencia misma, sin importarle la magnitud de la empresa. Igualmente, ejerce una crítica certera utilizando la ironía, el humor o la sátira, a sabiendas de que su empeño tan sólo pueda ser una causa perdida.
Un tema, sin embargo, destaca en mi opinión sobre los otros. Me refiero a la idea de justicia; tanto en lo existencial, la vida es injusta y no hay vuelta de hoja, como en lo social, la justicia es un concepto que choca con un mundo construido en torno a un rotundo pragmatismo. Un dilema que trae a la memoria los versos del poeta zamorano León Felipe.
Otro concepto que aparece en el libro es la patria, para denunciar la hipocresía de los arribistas, de quienes enarbolan este vínculo y su bandera con el único objetivo de sacar partido: "¿De qué amor a la patria me hablas? / Si andas quemando sus bosques / secando sus ríos, parcelando sus mares, / envenenando su aire,..” Anotar aquí, que la redefinición de la idea de patria es algo que viene apareciendo últimamente en diferentes poetas actuales. Por algo será.
Para finalizar, comentar que en estos poemas encontramos sin duda un trabajo laborioso. Son poemas pensados verso a verso. Para hablarnos de cómo Dios ha muerto. “Él ha muerto (escribe Ávila Morales) / yo lo he matado con mi indiferencia / con la luz de mi ilustrada ciencia”. Asimismo, desde el primer verso deja claro también el poeta su descreimiento en el ser humano. Aunque según avanzamos por el poemario se observa un resquicio para creer aún en el prójimo y, sobre todo, en la vida, a pesar de que sea una “puta jaranera” o una “zorra descarada”, a pesar de la “sangre de las heridas cotidianas”, a pesar de que la existencia, en un sentido unamuniano, no es más que una “alocada carrera hacia la nada”. Porque este poemario es, a la postre, el inventario de las cavilaciones y una declaración de intenciones del poeta sobre el mundo que (le) nos rodea. © Francisco J. Castañón
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