El pasado viernes 26 de noviembre,
junto al escritor y editor Pablo Méndez, presenté en la Biblioteca Eugenio
Trías de la Casa de Vacas de El Retiro, el último libro del escritor Jesús
Ayet, titulado “Sin duda como ciervo impetuoso”. Una obra escrita en
prosa-poética que nos habla del amor desde el ámbito de la mística, recuperando
así una tradición de nuestra literatura hoy de actualidad con motivo de la conmemoración
del V centenario del nacimiento de Teresa de Jesús. En el apartado “Reseñas” de
este blog se puede leer una recensión de este libro para quienes tengan interés en
conocer más sobre esta obra.
Reseña del libro
Sin duda como ciervo impetuoso
Jesús Ayet
Ediciones Vitruvio
2015
Sirvan
estas líneas para dar la bienvenida a la República de las Letras a un
nuevo libro de Jesús Ayet. Una obra en la que el título, Sin duda como ciervo impetuoso,
es tan relevante y revelador como el subtítulo, Camino de perfección,
tomado de la obra de Teresa de Jesús, figura hoy de señalada actualidad
por la celebración del V centenario de su nacimiento. Estamos, de esta
forma, ante 365 fragmentos, tantos como días tiene un año, escritos en
prosa-poética que han sido concebidos para elevar al amor, tema
constante y único del libro, a categoría mística.
En efecto, este libro de Ayet es una obra singular, que entronca con la más pura tradición de la mística española, la cual hunde sus raíces hasta lo más hondo de nuestra literatura. No en vano Marcelino Menéndez Pelayo clasificó en su día las diversas escuelas que han ido forjando y nutriendo el misticismo hispano, desde el dominico Fray Luis de Granada, pasando por la escuela franciscana de Pedro de Alcántara o Juana de la Cruz, por agustinos como Fray Luis de León, jesuitas como Juan Eusebio Nieremberg o carmelitas como San Juan de la Cruz o la propia Santa Teresa, hasta llegar a los laicos y heterodoxos donde destacan los nombres de Juan de Palafox o Miguel de Molinos.
Literatura mística que llenó numerosas y espléndidas páginas de nuestro Siglo de Oro, y cuyo legado recupera toda su vigencia en cada uno de los párrafos de este libro. No debemos olvidar aquí al filósofo Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín, cuya obra, en especial sus Confesiones, ha tenido una influencia significativa en Jesús Ayet a la hora de abordar este nuevo libro.
En esta breve recensión, creo interesante hacer referencia a un escritor del siglo XIII, muy alejado del acervo cultural que acabo de mencionar…o quizá no tanto. Su nombre Yalal ad-Din Muhammad Rumí, poeta místico sufí cuyos versos traspasaron hace mucho tiempo las fronteras de la literatura persa, y en el que no puedo dejar de encontrar un parentesco poético con la prosa que nos regala Jesús Ayet.
Se me ocurre que la mística es una suerte de búsqueda, a veces extenuante pero también fructífera y fortalecedora del espíritu. Quienes la escogen parecen unidos por un invisible hilo conductor que va más allá de las creencias y las épocas. En el caso de Rumí y los poetas místicos del sufismo, el concepto de unidad y la unión con su Amado -o fuente principal de la existencia- de donde hemos sido cortados, el lamento por esta separación y su deseo de volver a la unidad es una constante.
"He venido para acostar mi rostro en el polvo de los pies del Amado, he venido a suplicar perdón por mis acciones”, escribe Rumí. “No preguntes sobre el amor, no preguntes a ningún hombre, pregunta al Amor mismo; cuando habla el Amor es como una nube lloviendo perlas.” Y continúa, “El Amor no es asunto de dormidos, blandos y delicados, el Amor es asunto de valientes y héroes”. Esto escribía en la antigua ciudad de Balj, situada en la legendaria región de Bactriana (actual Afganistán), aquel autor del medievo islámico que inspiró con su poesía a la orden de los Mevlevis o derviches danzantes.
En efecto, este libro de Ayet es una obra singular, que entronca con la más pura tradición de la mística española, la cual hunde sus raíces hasta lo más hondo de nuestra literatura. No en vano Marcelino Menéndez Pelayo clasificó en su día las diversas escuelas que han ido forjando y nutriendo el misticismo hispano, desde el dominico Fray Luis de Granada, pasando por la escuela franciscana de Pedro de Alcántara o Juana de la Cruz, por agustinos como Fray Luis de León, jesuitas como Juan Eusebio Nieremberg o carmelitas como San Juan de la Cruz o la propia Santa Teresa, hasta llegar a los laicos y heterodoxos donde destacan los nombres de Juan de Palafox o Miguel de Molinos.
Literatura mística que llenó numerosas y espléndidas páginas de nuestro Siglo de Oro, y cuyo legado recupera toda su vigencia en cada uno de los párrafos de este libro. No debemos olvidar aquí al filósofo Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín, cuya obra, en especial sus Confesiones, ha tenido una influencia significativa en Jesús Ayet a la hora de abordar este nuevo libro.
En esta breve recensión, creo interesante hacer referencia a un escritor del siglo XIII, muy alejado del acervo cultural que acabo de mencionar…o quizá no tanto. Su nombre Yalal ad-Din Muhammad Rumí, poeta místico sufí cuyos versos traspasaron hace mucho tiempo las fronteras de la literatura persa, y en el que no puedo dejar de encontrar un parentesco poético con la prosa que nos regala Jesús Ayet.
Se me ocurre que la mística es una suerte de búsqueda, a veces extenuante pero también fructífera y fortalecedora del espíritu. Quienes la escogen parecen unidos por un invisible hilo conductor que va más allá de las creencias y las épocas. En el caso de Rumí y los poetas místicos del sufismo, el concepto de unidad y la unión con su Amado -o fuente principal de la existencia- de donde hemos sido cortados, el lamento por esta separación y su deseo de volver a la unidad es una constante.
"He venido para acostar mi rostro en el polvo de los pies del Amado, he venido a suplicar perdón por mis acciones”, escribe Rumí. “No preguntes sobre el amor, no preguntes a ningún hombre, pregunta al Amor mismo; cuando habla el Amor es como una nube lloviendo perlas.” Y continúa, “El Amor no es asunto de dormidos, blandos y delicados, el Amor es asunto de valientes y héroes”. Esto escribía en la antigua ciudad de Balj, situada en la legendaria región de Bactriana (actual Afganistán), aquel autor del medievo islámico que inspiró con su poesía a la orden de los Mevlevis o derviches danzantes.
Por su parte, Jesús Ayet, en los albores del siglo XXI, nos dice: “no entiendo tu amor pero sé que me amas, porque al sentir tu amor amo las cosas que has creado y siento que me amas”…”me amas como la sal diluida en el mar, me amas con las hojas de los árboles, me amas con las semillas al aire en vuelo como aves,…” e intentando hallar el coraje que exige el amor por el Divino Amado, prosigue en otro de sus fragmentos: “para alcanzar tu amor pido ayuda a las fieras de la selva, pido ayuda al león para ser como él y que me ames, le pido ayuda al tigre para ser como él y que me ames.”
Dejo aquí esos reflejos de un pasado casi remoto que me ha sugerido la obra que nos ocupa, para regresar al verdadero epicentro, más cercano, de la prosa-poética que nos brinda Ayet en este libro y que se encuentra, como ya se ha mencionado, en la persona y la obra de Teresa de Jesús, cuyos escritos están salpicados reiteradamente, como no podría ser de otra manera, por el tema del amor a Dios. Como sucede en estos versos de su poema Dichoso el corazón enamorado:
Dichoso el corazón enamorado
que en solo Dios ha puesto el pensamiento;
por él renuncia todo lo criado,
y en él halla su gloria y su contento.
En este sentido, si la poesía es al fin y al cabo artesanía de la palabra, una vez que vamos adentrándonos en el itinerario espiritual que nos propone este libro de Ayet, no tardamos en percatarnos del cuidado léxico con el que ha sido escrito. Propio, por otra parte, de alguien que viene ejerciendo desde hace décadas el oficio de la escritura. Porque este libro es una pieza de arte, un retablo confeccionado con la exaltación de quien hace de la escritura una experiencia trascendente, metafísica, y al tiempo de quien trabaja la prosa con el esmero de un orfebre. Una prosa con acento propio, a la que el autor imprime el ritmo necesario para que el texto atrape al lector, con la misma intensidad, desde la primera línea hasta la última.
Y no es fácil, pues esta obra, como diríamos al describir un vino, es un libro monovarietal, ya que está elaborado a partir de una sola materia: el amor. Un amor excelso, amor a la divinidad, pero también, o quizá por ello, amor a la humanidad, amor a la naturaleza, amor a lo que es insignificante o magnífico, amor como origen y fuente de todo lo que existe. Como escribe Umberto Ecco en el Nombre de la rosa: “Nada hay en el mundo, ni hombre ni diablo ni cosa alguna, que sea (…) tan sospechoso como el amor, pues este penetra en el alma más que cualquier otra cosa. Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor.”
Estamos, sin duda, ante una prosa-poética deliciosa y preciosista que nos habla también, entre otras cuestiones, de la soledad y del silencio, de ese silencio al que nuestra sociedad del vértigo, como diría el poeta uruguayo Jorge Arbeleche, quiere silenciar porque nuestra sociedad parece tener miedo al silencio. Así es, silenciar al silencio. Porque quizá únicamente en el silencio adentro podemos llegar a preguntarnos por la verdadera esencia de nuestra condición humana, por el sentido de nuestra presencia en este mundo, por el objeto de la existencia, por la finalidad o teleología de la creación.
Aquí es donde Ayet enlaza con el pensamiento español cristiano de mayor calado que germinó en nuestra cultura contemporánea, una corriente hoy acallada, casi olvidada, entre cuyos autores destaca uno a quien Jesús Ayet conoce bien: Xavier Zubiri. “El hombre es una proyección formal de la propia realidad divina; es una manera finita de ser Dios”, afirma Zubiri. Una idea, ésta, con la que nos iremos topando a lo largo del camino de perfección que nos propone Ayet.
Rompo aquí la confidencialidad para contar un secreto sobre esta obra. Este libro fue escrito frente al mar, a orillas del Mediterráneo. El mar, el ámbito que nuestro autor considera más propicio, donde se encuentra sin dificultad a sí mismo y se reencuentra. La versión inicial, la instantánea, la que mana de la primera escritura, se compuso en pocos días, apenas cinco, con la pulsión que surge cuando la letra se hace trance para afrontar la alegría y la tristeza, la esperanza y el miedo, de un mundo que en demasiadas ocasiones se nos advierte caótico y contradictorio.
En Sin duda como ciervo impetuoso el amor se entrelaza con la naturaleza, de ella entresaca numerosos elementos e imágenes para configurar el discurso poético. Asimismo, los 365 fragmentos en que se divide el libro están llenos de humanidad, de humanismo y también de una visión universalista, o debiera decir ecuménica, del amor. Se ha dicho también que en esta obra el amor toma una dimensión cósmica. No es de extrañar porque como apuntara el poeta francés Georges-Emmanuel Clancier, “la poesía es un acuerdo universal entre el ser humano y el mundo, un acuerdo cósmico.” Y Ayet suscribe con el patrimonio de su prosa-poética dicho acuerdo.
Por todo ello, esta joya literaria nos permite acercarnos a una voz literaria de larga trayectoria, la de Jesús Ayet, que profundiza en lo espiritual para después elevarse hacía lo eterno -como sucede cuando, por ejemplo, escuchamos la música, tan apreciada por el autor, de Johann Sebastián Bach-, para elevarse y elevarnos hacía lo trascendente a través de la belleza de la palabra. © Francisco J. Castañón
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