Rosa María Estremera
Ediciones Vitruvio,
2016
El último libro de Rosa Estremera, titulado Las
tierras que nos cubren (Ediciones Vitruvio, 2016), supone un paso
adelante en la trayectoria poética de esta autora que con este poemario da continuidad
al camino emprendido con Sinfonías y
voces y El tacto de la luna hiriente,
sus dos libros anteriores editados por Vitruvio en 2014 y 2015 respectivamente.
Las tierras que nos cubren consta de cuarenta y cinco poemas que vienen precedidos
de un espléndido prólogo, titulado Elogio
de la distancia, que no conviene perder de vista, firmado por el profesor y
poeta Miguel Galanes.
Se ha dicho en no pocas ocasiones que
escribir poesía es exponerse, mostrarse ante los demás, ante los otros, ante el
mundo que nos rodea, sin artificios, sin ambages, desvelando la personalidad y
la circunstancia de cada autor o autora que aborda el ejercicio creativo.
Asimismo, la poesía es una herramienta
poderosa para aportar y proponer nuevas formas de mirar la realidad, a través
del vigor, del impulso de la palabra, de la potencia de cada una de esas
palabras con las que se construye el poema.
Todo ello, entre otras cuestiones, es lo que
imprime valor y atractivo a estos nuevos poemas de los que Estremera nos hace
participes: una forma diferente de observar la realidad desde una elegante
distancia, como atisba Miguel Galanes en su prólogo. Una distancia desde la que
podemos percibir las sensaciones que captan lo más sutil de nuestra existencia.
Pero también encontramos una forma de abordar la realidad desde los territorios
más íntimos de la autora, con el propósito de complementar o incluso transformar
la visión que tenemos de nosotros mismos y de lo que nos rodea.
En Las tierras que nos cubren Rosa
Estremera ha diseccionado su yo más íntimo, entrando sin paliativos no en la
persona que vemos sino en la persona que, siguiendo sus propias palabras, “late
en el mundo”.
Para describir lo que, a mi juicio, hallamos
en este poemario es posible recurrir a la terminología cinematográfica, ya que
por un lado Las tierras que nos cubren bien podría titularse Rosa Estremera desmontando a Rosa Estremera
y, por otro, se trata de un libro que es en sí mismo un viaje al interior más
profundo de la autora.
En este sentido, la poesía de Estremera que atesoran
estas páginas es sobre todo y ante todo reflexión. “Envejezco tras cada reflexión; / nadie lo nota”, con estos versos
comienza el libro. Reflexión sobre cuestiones de calado que surgen en su
discurso poético como un torrente vertiginoso. La angustia existencial, el
deseo, la falsedad, la neurosis, la muerte,… numerosos y trascendentes son los
temas a los que se enfrenta la autora, tan solo provista con la palabra
transformada en poesía.
Decir aquí, que entre los versos que abordan los
temas citados o en aquellos otros en los que se cuelan como parte del poema, emerge
la Rosa Estremera conocedora y dedicada al psicoanálisis, como no podía ser de
otra manera. En este sentido, parece difícil sustraer la actividad profesional
de la autora, como psicoanalista profesional, a la hora de intentar analizar su
poesía. El binomio poesía y psicoanálisis es bien conocido en la literatura
contemporánea. Desde la óptica del psicoanálisis seguramente podrá realizarse
una prospección interesante de la poesía de Estremera. Me limito aquí a apuntar
este aspecto como una clave de su obra.
Igualmente, llama la atención en este
poemario la conexión, el férreo vínculo que esta poeta tiene con la escritura
como experiencia no solo creativa, sino también vital. Nuestra poeta quiere hacerse
y se hace escritura en los versos de este poemario. “Solo me someto a las letras”, nos dice, porque es en “la necesidad de escribir” donde se descubre
la autora ante el lector - sigo sus palabras - “para contar aquello / que contiene a mi vacío”.
Todo lo fía Rosa Estremera a la escritura. SOY ESCRITA, titula un poema
donde escribe: “Para siempre, su muerte
será / la sucesión de letras que me vivan”. Vivir a través de la escritura
y con la escritura como oxigeno, como fuente de vida, al menos literaria. La
escritura es para la autora búsqueda y respuesta al mismo tiempo, “salvación o condena” como afirma en el
poema titulado LA
LETRA INDOMABLE.
En sus versos, componiendo una imagen digna
del Conde de Lautremont, nos dice: “Al
escribir busco los gritos ahogados / en los ácidos gástricos”. LA ESCRITURA es el título de otro
poema en cuyos versos nos advierte: “en
la soledad de lo que siento, / surge la palabra que escribo, la frase que me
dice”. Volviendo al prólogo de Miguel Galanes, queda evidenciado que es
esta la única manera que tiene la poeta de poseer el mundo.
De este modo, en los poemas de Estremera encontramos el
eco de la experiencia vital de la autora, que quiere trascender a través
de la poesía. Solo en la palabra escrita hecha poesía considera que puede
encontrar un medio para completarse, ser universal, acercarse, aunque sea por
un instante, a la eternidad.
En El
tacto de la luna hiriente ya pudimos advertir la solidez del trabajo
poético de esta autora. Ahora Las tierras que nos cubren, su nuevo
poemario, supone un avance esencial en la construcción de la voz poética de
Rosa Estremera, en la configuración de una voz singular, una voz personal que
define su escritura a expensas de cuál sea el camino que tome la poesía de esta
poeta en el futuro. Al fin y al cabo “La
voz que se quiebra es una letra no escrita”, apunta Estremera.
Estamos, así, ante un trabajo poético elaborado con esmero, en el que cada palabra ha sido elegida con precisión para expresar o sugerir lo que nuestra poeta siente. El caudal léxico que contiene este poemario no se pierde en elementos superfluos, respondiendo a la necesidad de utilizar un lenguaje que genere emoción en el lector y, a su vez, remarque el significado del poema. No se olvida tampoco la autora de imprimir ritmo y sonoridad a sus versos.
Las imágenes que emplea Estremera en este
poemario están llenas de fuerza, como cuando leemos: “Busqué los palacios ocultos / entre los escombros del mundo” o “Una espuma blanca besa el granito de mis
pies”. Son imágenes que imprimen una intensidad que consigue,
intencionadamente o no, reclamar la atención de quien se interna en estos
poemas.
Hay espacio en este poemario para preguntas
de índole casi metafísica, como cuando escribe: “¿Cuántas muertes se pueden soportar / en una sola existencia /
impregnada de los vómitos agrios / de la mediocridad” o para la crítica
social en versos como “Esclavos de la
impronta y perezosa / sociedad de la falsa placidez,/ enmarcamos de sonrisas
muertas /un mundo sentenciado”.
El tema de la mujer está asimismo presente en
el poemario. Un tema que aborda en poemas como ESA MUJER: “Capaz de andar por los infinitos / de una
mirada prohibida / y sobrevivir”. Un tema en el que la autora se reivindica
y desde el cual aporta una enriquecedora perspectiva de género.
Por otra parte, vemos introspección en los versos
de este libro, donde la poeta efectúa sus tanteos para acercarnos a “las cuerdas” que la sujetan “a este mundo”. De esta forma, en este
poemario de Estremera encontraremos “Resignación”
pero también inconformismo -cuando paradójicamente se nos habla de “Conformismo”-, nos toparemos con versos
sobre “Rendición” pero también sobre “esperanza” o versos de “Pulsión de muerte” pero también de “Resurrección”, o mejor aún, sobre el “don de la resurrección”.
Ahora solo resta que los lectores hagan suyos
estos poemas de Rosa Estremera, dando significado propio a lo que la autora ha
querido revelarnos en Las
tierras
que nos cubren.
Francisco J. Castañón
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